POR: MARIO LUIS PENNELLA
Pretender fundar una democracia estable, que las instituciones políticas que protegen la liberta y los derechos del hombre subsistan, evitar futuros golpes de Estado, desarrollar el país, terminar con el estado vergonzoso de la educación y la salud pública, querer poner término a las humillantes deficiencias de la infraestructura, que la Argentina pueda tener una política exterior independiente, que el gobierno promotor sea una realidad, terminar con el Estado pulpo,con la locura especulativa, alcanzar tasas de interés que no aniquilen la empresa productiva, revertir la deuda exterior, poblar los inmensos desiertos del país, un auténtico federalismo, ofrecer un porvenir a millones de jóvenes, cerrar la hemorragia de la emigración calificada, atraer nuevamente a la nación a los dos millones de argentinos que han tenido que marcharse de ella por angustia y desesperación; en fin, pretender arrancar a la Argentina de su terrible crisis y promover el renacimiento vigoroso del país, constituirán un vano intento, una pueril fantasía, algo sin sentido, si previamente a todo y por una suprema decisión política, no se aniquilan las raíces profundas de la degradación de nuestra moneda, que está en la base misma de la estremecedora decadencia argentina.
La inflación no es un tema económico como tantos comentaristas superficiales repiten día y noche. Es una cuestión eminentemente política, cuyas raíces son políticas, cuyo desarrollo maligno es político y cuyo final, si no se corrige, será la catástrofe del país.
Somos hijos de la inflación; hemos sido formados por ella, que ha constituido la auténtica modeladora de nuestras pésimas costumbres colectivas, de nuestra falta de seriedad, de disciplina, de organización, de ese enfermizo espíritu especulativo que se ha metido dentro del corazón de casi todos los argentinos por imperio de las circunstancias vividas.
La impronta de la inflación nos ha marcado a fuego a todos y hoy, que ha consumido casi toda la vida de la nación, que destruye las familias, que aniquila nuestra soberanía, tal vez se vaya acercando el momento en que, víctimas de esa colosal hecatombe y aferrándonos al instinto de supervivencia, con un rasgo de extraordinaria energía, se decida a aniquilar de un solo golpe, a esta hidra maldita de infinitas cabezas.
Un país puede ser muy eficiente y sin embargo, generarse un agudo proceso inflacionario. Un país puede ser escasamente desarrollado, o sea pobremente eficiente, y tener un grado de estabilidad monetaria muy superior.
Ni la eficiencia preserva contra la inflación, ni la ineficiencia que supone inflación.
La inflación no puede nacer históricamente como fenómeno permanente sin que el Estado haya tomado decisiones políticas que generen ese movimiento y las mismas siempre implican que el propio Estado está gastando mucho más de lo que recibe por impuestos, o permite a ciertos sectores que desea beneficiar, aumentar los ingresos mucho más allá de su productividad.
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